lunes, 2 de junio de 2014

Fuiste el culpable de los cuatro golpes más fuertes que he vivido hasta el momento.
El protagonista y espectador de mis cuatro dolores más duros.

El primero, fue en el piso de arriba de cuartos, en la banca blanca, por culpa de una prispa. Fue en la cabeza. Qué risa te provocó. Era el primer indicio, intenté esquivarte, ya mi intuición me lo decía, pero al mismo tiempo, eso provocó un dolor.

El segundo fue en el mismo lugar, la misma banca, el mismo edificio, el mismo piso, diferente día y diferente causa, pero ahí estaba también tu risa, poderosa y abrasadora, y yo con mi golpe en la cabeza, viéndote y diciendo dentro de mí, que era la segunda, aún quedaban más intentos.

El tercero fue en canchas. Juro que si hubiese sido alguien más el incurso, me paraba, lo golpeaba y no dejaba de odiarlo por un buen rato, pero no, fuiste tú. Me dolió demasiado, recuerdo que casi lloro, sentía desmayar. Pienso me fallecieron varias neuronas ahí, pero sólo te acercaste y me abrazaste, y con eso bastó.

Pero no, el más fuerte no fue ninguno de esos tres. 
El que más padecí fue el que me hizo llorar a mares, 
quedarme dormida hasta amanecer con los ojos hinchados, 
acabarme los pañuelos, 
revolver sábanas, 
morder almohadas, 
gastar tinta,
llenar celulosa por ambos lados y sin orden aparente, 
utilizar los oídos por horas seguidas,
y me tumbó, 
me derribó, 
me dejó inconsciente y sin la noción de hacia dónde ir, 
me dejó sin sentido, 
varada, 
triste,
rota.
¿por qué emigraste?

Nada me dolió más que la adversidad acarreada por tu partida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario