martes, 13 de octubre de 2015

270615

Las horas, minutos, días y meses son sólo una marca para poder notar lo rápido que pasa el tiempo. Algo tan vano pero tan significativo a la vez.
Hoy, justo hoy es un mes desde que llegué y pisé tierra ajena a la que llamo hogar. 
Justo hoy acaba mi semana tres de trabajo, en la que tuve la fortuna de convivir con niñas increíbles, doce niñas que nunca había visto antes, y en las cuales, en cada una vi un pedacito de mí. 
Saberlas uniéndose para sacar primero a los niños de Gaga, una haciendo pipí escondida entre los árboles porque no podía aguantar más, otra que, después de ser golpeada por una botella de agua lanzada desde el brazo de un niño, sólo derrama lágrimas mientras sonríe y mantiene el coraje en el rostro, una más enfrentando su miedo a aventarse de la tirolesa, una aceptándose cuando no logra hacer algo pero sin martirizarse por ello y diciendo que el siguiente año lo hará, otra que no fingía lo que era y se dejaba llevar sin buscar encajar en ningún molde, otra que me veía y percibía cuando estaba mal, y sin más, estaba ahí para ayudarme a soportar un peso que no estaba ni cerca de ser suyo. Otra que además de la belleza que tenía exteriormente, por dentro la tenía aún más marcada, una más que salvaba peces de los anzuelos, sujetándolos con sus manos porque era más importante eso que tener las manos limpias, ellas preguntándome cosas en español, buscando aprender algo nuevo, sosteniéndose entre ellas, no dejándome salir del área de la alberca cuando me golpee las rodillas y cuidándome "tal y como yo lo hacía con ellas". 
Sin maquillaje, sudadas, con los pies enlodados, despeinadas, ensuciándose las manos, tomando agua de un río, comiendo sin cubiertos, eructando, haciendo las caras más embarazosas aún cuando había gente al rededor, disfrutando comer sin pensar encajar en los moldes puestos por la sociedad, aceptarse tal y como eres, ser tú misma, desenvolviéndose. Todo aprendido por culpa de niñas entre 11 y 13 años. 
Hace unas horas, se fue mi primer amiga en el campamento, internacional también. Aún recuerdo la primera vez que hablamos, ambas tan nerviosas y fuera de nuestra zona de confort. En un mes compartimos tantas cosas, a pesar de la diferencia de idiomas, culturas y tradiciones. Lloré a mares, me entristecí horrible, y lo sigo haciendo, pero la marca se queda ahí, y estoy segura que eso no fue sólo conocer a una persona que vive en el otro lado del mundo, si no que una parte de mí se va con ella, y yo me quedo con una suya, seguras de que algún día nos reencontraremos. 

Y hoy me doy cuenta, de que la tristeza ya no me ataca tan seguido como antes, porque aún cuando no es el lugar donde nací, ni tengo la comida a la que estoy acostumbrada, o rodeada de las personas que acostumbro, me he descubierto naciendo todos los días en distintas emociones, mezclando distintos platillos, saboreando nuevas texturas y combinaciones que no llevan aguacate, y conociendo nuevas personas que dejan algo distinto en mí, con personalidades muy distintas a las que sabía, pero no por eso menos profundas. 
He encontrado otro significado para la palabra hogar.

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