viernes, 17 de marzo de 2017

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Hubo una experiencia que viví la semana pasada y aún sigue trayendo pensamientos y sonrisas en mis días, es por eso que quiero compartirla con ustedes... Porque tenemos la costumbre de compartir tantas cosas pero no lo que nos toca el corazón, lo que nos pone vulnerables y lo que nos mueve.
El jueves saliendo de una expo, encontré a Lourdes, una niña de seis años que vende chicles afuera del WTC. Estaba sentada en el piso, le pregunté que dónde estaba su mamá y me dijo que su hermana estaba un poco más adelante vendiendo papas.
Me acerqué a su hermana y le comenté que me gustaría platicar con su hermana pequeña y me dijo que sí...
Regresé a donde estaba Lourdes, me agaché, comenzamos a platicar, estaba nerviosa, no quería abrirse mucho, estaba tímida hasta que decidí conectarme realmente con ella... Me senté en el suelo junto a ella. ¡Qué cambio! Me platicó su más grande sueño que le cumpliré la siguiente semana; conocer a las princesas Cenicienta, Bella y Blanca Nieves y ver una película de ellas.
Seguimos platicando más tiempo, le presté mi celular, vio a la cenicienta, incluso se puso a jugar con los filtros de snapchat. ¡La hubieran visto! ¡La cosa más tierna! Nunca agradecí tanto tener descargada esa app.
En una de esas, me dice "oye, me anda de la pipí, espérame aquí, ¡no te vayas eh!" y así sin más, se levantó y corriendo entró al edificio dejándome en la calle con su puestito de cigarros y dulces, con el dinero sobre una chamarra y sola. Ahí tuve un aprendizaje que me llegó de golpe; ¿cuándo dejamos de confiar? ¿quién nos dijo que al crecer tenemos que cuidarnos de todas las personas? Ella simplemente escuchó a su instinto y confió en mí, qué bendecida me sentí en ese momento por el regalo que Lourdes me acababa de dar sin pensarlo. ¡Alguien confió ciegamente en mí!
Al día siguiente, la encontré más temprano. Estaba ahora junto al puesto de papas. (Me estoy acordando y se me pone chinita la piel) En cuanto me vio, ¡corrió a mí con una emoción que pfff! ¡Con una sonrisa! Gritándome ¡Vinisteeee! y en cuando se encontró con mis piernas me regaló uno de los abrazos más sinceros que he recibido.
Seguimos hablando, en dos días aprendió a usar el teléfono, ¡estaba fascinada! Hoy checo mi teléfono y hay fotos que ella misma tomó.
Algo que hizo aún más trascendente esta experiencia fue que, el segundo día, estaba yo media sentada junto a ella (yo llevaba falda ese día y se me olvidó la licra como para sentarme con confianza como niño meditador en la acera) y un chico se acercó, le compró un cigarro, caminó unos pasos y se regresó.
Noté cuando se sentó junto a mí y lo primero que me dijo fue: "Oye, sé que no te conozco, pero hoy me siento mal y quisiera que me escucharas, ¿puedes?"
DAAAANG, le dije que sí, nos pasamos como 45 minutos platicando, analizando cómo actuábamos en nuestras vidas, pensando, sintiendo (antes hubiese dicho que esto sólo lo hacía él, pero cuando me conecté con él, descubrí que yo también estaba viviendo esa conversación y la estaba enlazando a mis experiencias y miedos). Durante ese tiempo Lourdes se acercaba a mí, se paraba enfrente y se recargaba, o se iba a sentar y ponía mi bolsa en sus piernas, cuidándola... me sentía tan querida...
Me despedí del chico, me agradeció el haberle escuchado, nos abrazamos, escuché un crack y comenzó a llorar...
Todo esto me hizo pensar... ¿Qué tan seguido nos paramos por las otras personas? ¿Qué si sólo necesitan un oído comprometido que les escuche? ¿qué si necesitan una amiga que se siente a jugar con ellas? ¿qué si nosotros podemos ser ese cambio en el día a día de tantas personas?
Gracias a quien se haya aventado toda esta biblia...
Es mi punto de quiebre compartido con ustedes, sin máscaras, sin fingir, sin pretenciones...

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