domingo, 9 de agosto de 2015

9 de agosto de 2015.



Falleció mi abuelo el viernes de la semana pasada, cuando yo seguía allá en Estados Unidos. Tuve que mover mi vuelo al más temprano del sábado y no me pude despedir bien de mis amigos. Me salí en la madrugada. Pasé toda la mañana en el aeropuerto, esperando cupo en un avión. Nunca había sentido una sensación así. Finalmente volé a las seis de la tarde hacia Atlanta, pasé la noche ahí y compré el boleto para el día siguiente salir hacia Guadalajara y después ya hacia el DF. Llegué aquí y lo primero que hicimos fue ir a casa de mi abuela. Me dolió no haber estado con ella cuando más lo necesitaba. Respeto las costumbres que se tienen, pero hacer un rosario durante nueve días se me hace absurdo. Sólo llevas arrastrando el sufrimiento. Y además, las cosas con la familia de mi papá no están tan bien que digamos. Hay una tía que me odia y me trata de verdad mal. Me siento muy incómoda. Ayer tuve una presentación de danza regional, y saliendo de ahí fuimos al rosario. También fueron Gaby y familia, y creo que fue gracias a que ella estaba ahí que pude llorar por primera vez desde que dejé el aeropuerto.
No ha sido sencillo. Siento mucha impotencia por el cambio tan brusco de emociones. ¿Cómo puede ser que se esté tan feliz, tan llena y tan en paz, y de repente todo eso cambie de un día a otro? Me duele el no haberme despedido como quería, porque tal vez a mis amigos de allá no los vuelva a ver nunca. De mi abuelo sí me despedí, y no me duele tanto porque sé que era lo mejor para él, ya sufría mucho. Pero siento que no cerré círculos como debía. Y eso es algo que me está llevando a andar por estos días así, como por inercia. No percibo ciertas cosas porque sigo atolondrada por los trancazos que me han tocado. Es como si estuviera esperando un golpe de frente, que era el despedirme de mis amigos de Camp Ernst y de repente me llega otro de lado, de donde estaba desprevenida.

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